The Project Gutenberg EBook of Historia de la c�lebre Reina de Espa�a Do�a Juana, llamada vulgarmente, La Loca, by Anonymous This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.org Title: Historia de la c�lebre Reina de Espa�a Do�a Juana, llamada vulgarmente, La Loca Author: Anonymous Release Date: December 14, 2006 [EBook #20099] Language: Spanish Character set encoding: ISO-8859-1 *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK HISTORIA DE LA C�LEBRE REINA *** Produced by Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net [Nota del transcriptor: se conserva la ortograf�a del original.] [Illustration] HISTORIA DE LA CELEBRE REINA DE ESPA�A DO�A JUANA, LLAMADA VULGARMENTE LA LOCA. Madrid. IMPRENTA DE D. JOS� MARIA MAR�S, Corredera Baja de San Pablo, n�m. 27. 1848. * * * * * CAPITULO PRIMERO. _De cu�les fueron los padres de Do�a Juana la Loca, y las cosas que pasaban en su palacio._ [Illustration] Don Fernando y do�a Isabel, c�lebres y nunca bien ponderados reyes cat�licos, ocupaban los tronos de Aragon y Castilla, dando un ejemplo de moralidad y sabidur�a � toda su c�rte, y siendo estimados altamente, no solo por la aristocr�cia de su �poca, sino tambien por todos sus s�bditos. Muy agradecidos los r�gios esposos � las muestras de cari�o que estos continuamente les prodigaban, no podian menos de espresarles su reconocimiento de una manera mas loable, porque estos monarcas no se desdoraban de que cualquier vasallo hiciese parar su carruaje, aun en los sitios mas p�blicos y concurridos, para prestar atencion � lo que les quisiesen manifestar. No obstante de esto, siempre se ha conocido, segun los historiadores, el no faltar nunca entre los palaciegos aquellas comunes discordias y hablillas, hijas de la envidia. Ninguna prueba que caracterice mas esta verdad, que la de que hall�ndose ya en cinta la reina Isabel la Cat�lica, comenzasen � propalar varios personajes, entre los cuales se hallaba D. Enrique de Villena, que la sucesion que esperaban no podia menos de ser bastarda; y esto lo deducian de las varias escenas que habian presenciado en palacio. Mas sin embargo de ser D. Fernando tan previsor, y de inspeccionar tanto las cosas que le eran anejas, parece que estas voces las tom� por vagas, y no se cuid� de ellas; asi es, que dichos personajes atribuian la indolencia de D. Fernando en este punto, al miedo � al escesivo amor que profesaba � Do�a Isabel, la cual unia � los v�nculos de esposa, el ser nieta de su hermano. Miras particulares se llevaban el de Villena y otros en difundir por el vulgo tales voces, pero miras que mas tarde fueron descubiertas por los que mas le vendian amistad, declarando al soberano verbalmente los proyectos concebidos por ellos, y mostr�ndole por escrito la correspondencia que habian interceptado dirigida � D. Juan de Portugal, � la cual contest� inmediatamente D. Fernando por medio de su enviado de negocios, Lope de Alburquerque. No habiendo querido Don Juan de Portugal dar audiencia al enviado de Castilla, y habi�ndolo llegado � saber muy pronto D. Fernando, mont� en c�lera de tal suerte, que nadie se atrevia � dirigirle una palabra. Procuraban aplacarle en algunos momentos de furia, pero todo era en vano; amenazaba que haria entender � sus contrarios lo que merece el que agravia al monarca de Castilla, y que mostraria cu�n grandes eran sus fuerzas contra los que le enojaban. Tampoco fueron bastantes � aplacar su ira los ruegos de su hermano D. Pedro de Acu�a, conde de Buendia, quien le protestaba no se irritase tan terriblemente, que tal vez una fraguada noticia, como podia ser, fuera el motivo del ludibrio y las imprecaciones que dirigia sin distincion de parientes y amigos. Solo � las amonestaciones de un personage que por respeto se calla, era � las que daba cabida el rey D. Fernando. Este personaje se supo grangear su cari�o por su bella cualidad, que era la de todo adulador, logrando con sus palabras henchir el pecho del monarca cada dia de mayor pasion. Aun la misma reina Isabel tuvo en muchas ocasiones que valerse de este favorito para hablar con su real esposo. Estos sucesos ocurrian en el palacio de la imperial Toledo, cuando di� � luz la reina Isabel, el 6 de noviembre de 1479, � la princesa Do�a Juana de Castilla, muy parecida � su abuela Do�a Juana, esposa de D. Juan III de Aragon, segun afirma el autor de _las Reinas Cat�licas_. El nombre de Do�a Juana es el de uno de los monarcas que por mas largo tiempo han figurado en Espa�a al frente de los documentos y �rdenes reales, y no obstante se puede afirmar que en pocas ocasiones, � mejor dicho en ninguna, tuvo parte la aficion � los trabajos que le proporcionaba su elevada gerarquia. Esta especie de hast�o al destino �rduo que debia ejercer � la edad que requieren las leyes, se le iba aumentando con los a�os; por el contrario, cualquier faena � que la dedicasen de las propias de su sexo, la abrazaba con el mas indecible j�bilo; asi es que, todavia de corta edad, era la admiracion de cuantos la oian y observaban sus entretenimientos. A esto se puede a�adir que su nombre no era mas que una mera forma para dar � conocer que la heredera del trono de Castilla existia. Cuando pocos a�os despues su hijo el c�lebre C�rlos V tom� las riendas del gobierno de Espa�a, por la habitual imposibilidad de su madre, observ� el mismo m�todo, ora porque asi lo dispusieron en varios Estamentos del reino, ora porque ella era la soberana en realidad y ora por respeto y atencion, como lo hizo conocer al renunciar los estados en su hijo Felipe, al cual pedia encarecidamente hiciese conservar ileso el nombre de su desventurada abuela al frente de los negocios p�blicos, para no causarla descontento. Cincuenta a�os conserv� esta soberana el t�tulo de reina de Espa�a, � pesar de no haber gobernado ni un solo dia; tal era la enagenacion mental de que se hallaba poseida causada por los poderosos y bien fundados motivos que mas adelante se ir�n conociendo. El memorable D. Francisco Jimenez de Cisneros y el rey Don Fernando, ordenaron, como gobernadores durante la menor edad de C�rlos V, no se hiciese p�blica la insuficiencia de Do�a Juana, � pesar de estar �ntimamente convencidos de su incapacidad; de manera que por muchos y reiterados esfuerzos que hicieron algunos para declarar su nulidad, no lo lograron; y eso que para nada les estorbaba, pues que jam�s se resinti� de que no contasen con su voluntad para ninguno de los actos de gobierno. Su razon se encontraba sumamente turbada por los impulsos de una l�cita y vehemente pasion: por esta causa fue su vida cruel la de un reo aprisionado; y si alguna vez pareci� resentirse de su precaria suerte, era para en seguida fomentarla ella misma con los padecimientos de su imaginacion ardiente, crey�ndose que tal vez cometeria un desacato contra el objeto de sus mas tiernas adoraciones. H� aqui el motivo por qu� un nombre de suyo tan esclarecido, apenas ha figurado bajo, el concepto pol�tico, en el cat�logo inmenso de los soberanos espa�oles; y por consecuencia es enteramente nulo. Mas no obstante de todo, fue reina de esta magn�nima y poderosa nacion, hija de los grandes reyes cat�licos D. Fernando y Do�a Isabel, y madre del noble y valiente emperador C�rlos V; de suerte que los pormenores de su vida privada, los motivos por qu� le sobrevino su demencia, y el fundamento con que se la llama la Loca, no pueden menos de escitar la curiosidad, y con doble causa, porque puede uno mirarse en esta soberana, como en el triste espejo de los funestos resultados que las violentas pasiones llevadas al estremo tienen, siempre que no se modifican y reprimen con la razon. Dotada Do�a Juana de un talento nada comun, de una viva y ardiente imaginacion, fue educada de una manera no vulgar para aquella �poca: y especialmente en la lengua greco-latina, hizo tan admirables adelantos, que la hablaba con una soltura encantadora. El s�bio Luis Vives afirma que de cualquier materia que se le tratase en este idioma, contestaba repentinamente como si fuera en castellano. A estas cualidades unia la de una figura esbelta y de mucho inter�s; era el tipo de la hermosura, colmada de gracia y dignidad: sus grandes ojos, espresivos y rasgados, denotaban el raro talento y energia de su alma, � lo que acompa�aban los dignos y elegantes modales de la c�rte de Isabel, dechado de virtudes y moralidad. Todas estas grandes circunstancias, reunidas con el poder�o de sus padres, hacian de Do�a Juana uno de esos partidos mas aventajados para cualquier j�ven pr�ncipe de Europa. Estas mismas circunstancias la constituian en una infanta acreedora � ser idolatrada, aun por los que no tuviera el placer y el honor de admirarla. Prueba evidente, que no tardaron mucho tiempo algunos pr�ncipes en ver cu�l era el que podia ser due�o de joya de tan inestimable valor. D. Fernando y Do�a Isabel no quisieron tampoco prolongar su casamiento, asi es que contando apenas quince a�os, esto es, en 1494, ajustaron las deseadas bodas con D. Felipe, archiduque de Austria, duque de Flandes, de Artois y del Tirol, � hijo del emperador de Alemania, Maximiliano I. Ajustadas que fueron, al instante se di� principio � los preparativos de marcha con el boato y solemnidad dignos de la hija de tan poderosos se�ores. Una armada de ciento veinte nav�os de alto bordo se aprest� en el puerto de Laredo, embarc�ndose en ella quince mil hombres de guerra no incluyendo la tripulacion. A Don Alonso Enriquez, gran almirante de Castilla, estaba encomendado el mando de esta flota: iba de capellan mayor D. Diego de Villaescusa, dean de Jaen; y la encargada por el rey de servir y hallarse � las inmediatas �rdenes de la infanta, era Do�a Teresa de Velasco, esposa del admirante que dirigia aquella espedicion. La c�mara y todos los destinos pertencientes � su persona, se servian por damas y caballeros de la primera nobleza de Espa�a; asi lo dice en las listas que de ellos forma D. Lorenzo de Padilla. In�til es hacer mencion de las ropas y alhajas que habian de adornar � tan augusta princesa: se puede decir para abreviar que se habian dispuesto con elegancia y profusion. Terminados los preparativos, se dirigi� toda la real familia por Almazan al puerto de Laredo, para despedir � tan escelsa infanta, escepto el rey D. Fernando que por hallarse celebrando de C�rtes en Aragon, no pudo verificarlo, muy � pesar suyo. El malogrado pr�ncipe D. Juan, hermano de Do�a Juana, y su augusta madre la acompa�aron hasta la entrada del nav�o, donde anegados en un mar de l�grimas, se dieron m�tuamente el mas tierno y afectuoso � Dios. A Dios, que reson� por todos los �ngulos de la embarcacion, en se�al de reconocimiento � las reales personas que quedaban en tierra. El dia 19 de agosto de 1496 se hicieron � la vela con direccion � los Estados flamencos. Ningun contratiempo se habia notado, ninguna cosa que hubiera venido � turbar la tranquilidad de la ilustre viajera habia acurrido, hasta tocar en las costas de Flandes, en donde se levant� un temporal tan borrascoso, que se vieron precisados � guarecerse en el primer punto de salvacion que encontraron. Grande era la afliccion de Do�a Juana al ver en tan inminente peligro su vida, pero Dios quiso pudiesen arribar en el puerto de Toorlan, en Inglaterra, despues de haber caminado por t�rmino de mas de dos horas, luchando con los embravecidos oleajes que un momento mas los hubiera sumergido en lo profundo de los mares. Permanecieron en esta poblacion siete dias, durante los cuales fue la infanta muy obsequiada por las damas y caballeros principales de aquel pais, que acudieron presurosos � besar su mano y juntamente � ofrecerla sus servicios. CAPITULO II. _De c�mo se cas� Do�a Juana, los hijos que tuvo y otros asuntos del mayor inter�s._ [Illustration] Cuando el temporal se hubo apaciguado, dispusieron el viaje h�cia Flandes; y el 8 de setiembre desembarcaron en la bahia de Ramna, puerto situado en las inmediaciones de Holanda, sin otr� contraste que haber desaparecido varias alhajas de gran valor de la princesa, porque el nav�o donde se encontraba su rec�mara encall� en un banco llamado el Monge, sitio bastante peligroso. El pr�ncipe que el Cielo habia destinado para esposo de Do�a Juana, habitaba entonces un suntuoso palacio en Lande, pueblo del Tirol; mas cerciorado de la venida de su cara prometida, abandon� este, dirigi�ndose con la mayor velocidad � Lieja, donde tuvo el placer de admirar la belleza de la infanta, despues de haberla esperado impaciente en esta ciudad trece dias. Inmediatamente se puso en ejecucion el casamiento habi�ndoles dado las bendiciones D. Diego de Villaescusa, dean de Jaen. Practicadas con la mayor solemnidad y magnificencia las ceremonias de costumbre, pasaron � Amberes, y de aqui � Bruselas, donde fueron colmados de enhorabuenas, y donde tenian dispuestas para su llegada los habitantes de esta provincia muchas fiestas, de las cuales estuvieron los j�venes esposos disfrutando largo tiempo. Tales fueron las diversiones dispuestas por el pueblo de Bruselas, que afirman algunos autores, se le oy� mas de una vez decir � Felipe, que de buena gana seria su punto de residencia esta capital. Es opinion comun que D. Felipe era de una arrogante figura, apuesto caballero y muy amigo de vestir con esplendidez. A��dese � esto un car�cter amable, por lo cual todos lo apreciaban. Estas cualidades fueron las que le grangearon el renombre de _Hermoso_. La infanta Do�a Juana, era por el contrario estremada y en�rgica; pero no obstante, se apoder� de ella una pasion tan vehement�sima, que desde el instante que le vi� le am� con ciega idolatr�a. El cari�o de Do�a Juana h�cia Felipe el Hermoso se aumentaba mas cada dia, por el modo de vivir que observaron, y por el buen comportamiento del archiduque, que como j�ven, no pensaba en otra cosa que en los placeres; asi es que continuamente se hallaban en torneos, saraos y otras diversiones, con las cuales crecia mas la pasion de su j�ven esposa, contemplando la gallard�a y la destreza en las armas de su Felipe. Su marido era el objeto de sus adoraciones, en �l tenia depositado su corazon, y para �l �nicamente vivia; el j�ven archiduque pagaba este cari�o � Do�a Juana con todo el calor de su corta edad, y las galantes maneras de un pr�ncipe, de suerte que la infanta se contaba por uno de esos seres mas felices, y mucho mas cuando lleg� � notar que pronto iba � ser madre. Lleg� la ocasion en que partieron para Flandes despues de algun tiempo, donde di� � luz Do�a Juana el 15 de noviembre de 1498 � Do�a Leonor, continuando hasta entonces ileso su amor en ambos y no cesando de ser el ejemplo de los esposos bien queridos. A pesar de que aunque no hubiera sido asi, bastaba solamente la posesion del fruto de su casamiento para que hubiese tomado mas incremento su acendrado cari�o. No tuvo para sus estados el mejor �xito haber nacido hembra; pero sin embargo, como eran queridos los padres, fue apreciada la hija. Dos a�os despues, el a�o de 1500, marcharon � Gante, donde el dia 21 de febrero tuvieron un hijo, al cual nominaron C�rlos, despues conocido en todo el universo por su fama y poder�o. Grande era el alborozo que se veia pintado en los semblantes de los habitantes de aquellos estados, esforz�ndose cada cual � espresar la alegria que experimentaba por el heredero pr�ncipe. Innumerables tambien fueron las fiestas que con tan solemne motivo se ejecutaron, y seria por lo tanto causa de elevar el estracto de esta historia � una inmensa altura. Empezaba por esta �poca ya Do�a Juana � sumirse en la desesperacion; porque desde que la fortuna parecia inclinar todo el favor al recien nacido, empezaba � desvanecerse como por ensalmo la felicidad de la madre del emperador C�rlos V. La desgracia vino � arrebatar la vida en el mismo a�o de 1500 � fines de julio al infante D. Miguel, hijo del rey D. Juan de Portugal, �ltimo v�stago en la l�nea masculina de los reyes Cat�licos D. Fernando y Do�a Isabel, recayendo por consecuencia la corona de Espa�a, en la madre de Do�a Leonor y D. C�rlos. D. Fernando y Do�a Isabel llamaron inmediatamente � Don Juan de Fonseca, obispo de C�rdoba, y le intimaron la �rden de pasar cuanto antes � Flandes para hacer sabedores � los archiduques de este suceso, para que les felicitase en sus reales nombres, y los hiciese conocer la imperiosa necesidad que tenian de preparar su viaje � Espa�a, pues ya los aguardaban con impaciencia para ser jurados como pr�ncipes de esta gran nacion, de que el Cielo se habia dignado dejar por �nicos herederos. Pocos dias transcurrieron sin que D. Juan de Fonseca cumpliera su cometido; pero el hallarse en cinta Do�a Juana y las muchas y delicadas ocupaciones que en este tiempo lleg� � tener Felipe el Hermoso en aquellos estados, fueron causa de que no se pudiera verificar el proyectado viaje hasta finalizado ya el a�o de 1501, en el cual naci� su tercer hijo, (Do�a Isabel.) Eran tan continuas las instancias que dirigia D. Fernando desde su c�rte, que se vieron obligados los archiduques � ponerse en camino, aun sin hallarse completamente restlablecida Do�a Juana de la indisposicion de su parto, de modo que resolvieron hacerlo por tierra, atravesando los estados franceses. Los soberanos de esta nacion los recibieron con la mayor afabilidad, prodig�ndoles incesantes muestras de cari�o, y trat�ndolos con el decoro y respeto debidos � tan poderosos se�ores. Un peque�o disgusto ocurrido fue la causa de que los archiduques se pusieran mas pronto en marcha de Francia para Espa�a. Un dia de fiesta sali� � misa solemne la real familia francesa, acompa�ada de sus augustos hu�spedes. Al ofertorio se acerc� una dama � Do�a Juana, aproximando � su mano una cantidad de monedas, para que segun costumbre la ofreciese al p�blico en nombre de la reina. Esta la rechaz� con violencia, diciendo: �_Haced saber � vuestra soberana que yo no ofrezco por nadie, �lo entendeis?_�. Con el dinero y la respuesta volvi� la mensajera � la reina, quien en alto grado sinti� un desaire tan marcado; mas tratando de refrenar su enojo, se content� con pagar aquel con otro mayor, que era el no ofrecerla la salida de la iglesia antes que � la real comitiva. La perspicacia de Do�a Juana la hizo presentir algo sobre este particular, y efectivamente no se enga�aba, porque concluida ya la misa, empez� � reunirse la familia, y sin embargo, ella quedaba en la iglesia. La reina aguard� un poco en la calle, pero Do�a Juana haciendo como que ignoraba todo esto, permaneci� en aquella posicion largo rato, dirigi�ndose luego sola � palacio. Todo se volvian hablillas en la C�rte sobre el desaire que queda esplicado, y hubieran pasado mas adelante si el archiduque no tratase de disculpar � su esposa de los tiros que se la dirigian; por lo cual tuvo que abreviar precipitadamente su viaje para el suelo espa�ol. Ya habian comenzado los dias de 1502, cuando hicieron su entrada en Espa�a por Fuenterrabia. En esta capital los aguardaba segun recomendacion de D. Fernando y Do�a Isabel, Don Bernardo de Sandoval y Rojas, que los acompa�� por Burgos, Valladolid y Madrid � Toledo, punto donde estaban convocadas las C�rtes generales del reino, y donde despues fueron jurados herederos de la corona de Espa�a, que segun c�lculo, fue el 22 de mayo del mismo a�o 1502. Despues pasaron � ser jurados igualmente � los reinos de Aragon y Valencia, en cuyo viaje les acompa�aron sus padres. De regreso ya de esta espedicion hubo que detenerse en Alcal� de Henares � consecuencia de encontrarse pr�xima � parir Do�a Juana. Todas las fiestas que se preparaban en la c�rte � los herederos archiduques, tuvieron que suspenderse para ejecutarlas luego con el doble objeto del nuevo alumbramiento de un pr�ncipe, el cual tuvo efecto, el dia 10 de marzo de 1503 con el nacimiento del infante Don Fernando quien sucedi� despues al emperador C�rlos V en el imperio de Alemania. Las ocurrencias que habia por entonces en los estados de Felipe el Hermoso, no le permitian continuar por mas tiempo en Espa�a: asi es que determin� ponerse en marcha al instante, aun en contra de su voluntad, no bastando ni los ruegos de su madre, ni los de Do�a Juana para hacerle desistir de su empe�o. Desde esta �poca fatal data la locura de la madre de tantos reyes. Desde este tiempo fue tan desgraciada una muger digna de mejor suerte. Cualquier persona que sepa lo que son los celos, podr� juzgar de los que tenia Do�a Juana, pues se presumia que hasta su sombra iba � arrebatarle un esposo tan querido. Felipe por su parte la habia pagado con justo valor el amor que depositara en �l; mas se le iba estinguiendo, no le entusiasmaban ya los repetidos halagos de su esposa, y por esto no le causaba sentimiento su partida, verific�ndola aun antes de que esta se hallase repuesta de la indisposicion de su parto. En la comitiva que acompa�� � Do�a Juana, formando su servidumbre, cuando pas� � Flandes para efectuar sus bodas, iba una j�ven, que era la admiracion de todos. Rubia poseia una hermosura agradable y seductora, graciosa en demasia, y de un talento estraordinario. El hallarse en el palacio de los archiduques, motiv� que Felipe el Hermoso de vuelta de Espa�a, una vez desembarazado de los halagos sin l�mites de Do�a Juana, la mirase con tal adhesion, que al fin concluy� por apasionarse ciegamente de los atractivos de la rubia espa�ola, cuya magn�fica cabellera dorada lleg� � seducir su corazon. No tard� mucho en sucumbir � las reiteradas instancias de Felipe, la que pocos dias hacia no era mas que una sirviente y que ahora ocupaba el lugar de una reina. La murmuracion y la envidia empez� � sentirse en palacio, y por consiguiente no dur� mucho sin que se divulgase este acontecimiento, de tal manera, que con la mayor rapidez vino la noticia � Espa�a, y al momento se enteraron las personas reales. �Ser� posible esplicar lo que padeci� Do�a Juana al ser sabedora de esta noticia? Esta y no otra fue lo que priv� � la archiduquesa de su razon hasta que dej� de existir. Este y no otro fue el mas agudo pu�al que introdujera Felipe en su amante pecho. Det�ngase cualquiera que haya amado en este punto, y considere la fiebre devoradora que se apoderaria de un car�cter tan firme y en�rgico como el de Do�a Juana. Tormentos indecibles sufria; tormentos que turbaban su razon hasta el dilirio: hasta no querer abrazar � lo que mas queria en el mundo despues de su esposo, que eran sus hijos. Su rostro siempre triste y demudado, revelaba los atroces tormentos que esperimentaba: su errante mirada parecia como querer distinguir un objeto, el cual encontrado, apartaba su vista, colm�ndolo de improperios � imprecaciones; huia de todas las personas y no preferia mas que la soledad: en esta hallaba distraccion, dedicando su pensamiento � Felipe, � pesar de serle infiel. Con este motivo determin� abandonar la C�rte, y retirarse � la Mota de Medina del Campo, por estar �ntimamente persuadida de que en este lugar se veria libre de los observadores cortesanos, y poder desde alli escribir � la reina Isabel, su madre, notici�ndola de su �ltima resolucion, que era la de partir � la mayor brevedad � Flandes, para de esta suerte volver � ser due�a del corazon de su esposo, y destruir cuanto antes el amor que hubiera depositado en la rubia espa�ola. La reina Isabel, antes que su hija, estaba enterada de todo; conocia perfectamente el ardiente amor que esta profesaba � su marido, y presumi�ndose que tal vez su partida seria el m�vil principal de un gran esc�ndalo, trat� de evitar su marcha, aunque � costa de mucho trabajo. Conocia que las relaciones de amor de Felipe eran demasiado nuevas para que tan pronto pudiese haber un rompimiento. Asi es que trataba de disuadirla de la idea de marcharse, poni�ndola por pretesto el hallarse sumamente delicada su salud, y tambiem el encontrarse su padre celebrando C�rtes en Aragon, el cual ador�ndola tan entra�ablemente, sentiria much�simo el que se hubiera tomado esta determinacion sin su consentimiento. Tanto la reina Cat�lica como su hija Do�a Juana, llevaban su intencion; la primera, por ver si podia sin dar esc�ndalo, desvanecer el amor que habia puesto Felipe en la camarista; y la segunda, porque queria dar una leccion � su esposo, confundiendo � su querida. No dejaba Do�a Juana de escribir � su madre con el objeto indicado; pero in�tiles habian sido hasta entonces sus s�plicas para alcanzar el permiso de esta: habia llegado hasta el punto de mandar � los personajes mas influyentes de su c�rte para si por este medio lograba lo que hubiera deseado aun � costa de su vida. Mas viendo que todo era en vano, tom� la determinacion de marcharse sin el consentimiento de su madre, sin que llegase � oidos de su padre, y si era posible, sin que se enterasen mas que los conductores de su carruaje. A aquellas personas en quien tenia depositada su confianza di� las �rdenes oportunas para que � la mayor brevedad preparasen los �tiles mas necesarios de marcha. Todo se encontraba ya dispuesto; pero quiso la casualidad fuese avisada Do�a Isabel de esta resolucion inesperada, por lo cual mand� inmediatamente � Don Juan de Fonseca, obispo de C�rdoba, para que la suplicase en su nombre no marchara. A punto de subir al carruage estaba ya Do�a Juana cuando lleg� el enviado de la reina. Un momento despues no la hubiera encontrado. Mand� al instante D. Juan de Fonseca se retirase el carruage, y en seguida se fue � ver � la archiduquesa, � la cual encontr� ya � la puerta del palacio de la Mota, preparada � marchar en trage de camino. Con el acatamiento que requeria su posicion, la hizo sabedora de la �rden de la reina Cat�lica, intim�ndola � que volviese � su aposento, mas la archiduquesa no se hallaba ya en el caso de guardar consideraciones de ningun g�nero, asi es que no contest� una palabra; en el calor de su vehemente pasion no encontraba mas que misterios, agentes secretos de su rival y de su infiel esposo, que no tenian otro entretenimiento que retardar su partida. El obispo de C�rdoba apuraba en vano sus instancias aun present�ndole � cada palabra el nombre de su madre, pero ya cansada de escuchar desobedeci� la �rden y los ruegos de este, y prepar�ndose � salir: �_Dejadme_, dijo, _es un deber sagrado el que no me detenga � nada en este viage_.� Entonces el obispo mand� � cerrar la puerta, dejando de la parte de dentro � la desgraciada Do�a Juana. Vi�ndose encerrada esta se�ora lleg� al colmo de su desesperacion, y empez� � proferir tanto denuesto y tan insolentes frases, que D. Juan de Fonseca se fue sumamente irritado, � pesar de haberlo mandado llamar � la archiduquesa por medio de su gentil-hombre de c�mara, D. Miguel de Ferrera. No quiso volver, sino que tom� el camino de Segovia, donde � la sazon se hallaba la reina Do�a Isabel. Llegado que hubo D. Juan de Fonseca � donde estaba la reina le di� parte de todo lo ocurrido con la princesa; Do�a Isabel, � pesar de lo d�bil que se hallaba y de la multitud de negocios que le proporcionaba su alta posicion, se puso en camino para la Mota de Medina del Campo, presumi�ndose que tal vez su presencia haria desistir � su hija de un proyecto para ella tan sensible. Despues de los cumplimeintos de costumbre y � los cuales no prestaba atencion esta, la prometi� que muy pronto iria � reunirse con su marido. �_Nunca quiera Dios_, decia la reina, _que mi voluntad ni la del rey vuestro padre sea la de apartaros del lado de vuestro esposo, y si otra cosa sobre este particular se han atrevido � deciros, despreciadla_.� Estas y otras razones le esponia Isabel, y ella en su frenes�, no respondi� mas que: �_Son in�tiles los ruegos del mundo entero: no cejar� ni un �pice... El padre de mis hijos!... yo quiero verlo_�... Pronunciaba estas palabras, y anegada en l�grimas, se arrojaba al suelo, rechazando los cuidados que todos trataban de prodigarle. Terminadas ya las C�rtes de Aragon, no crey� prudente el rey Fernando, detener por mas tiempo su viage, porque ya era sabedor de lo que sucedia con su hija, cuya enagenacion mental se fomentaba cada dia, y era muy posible que el detenerla mas, hubiera sido causa de declarar su locura. Premeditando esto mismo, mand� aprestar una armada en el puerto de Laredo concediendo al mismo tiempo � su hija, el permiso para que practicase su espedicion � Flandes. Los trasportes de alegria que esperiment� Do�a Juana con la �ltima voluntad de su padre, son indescriptibles, y pocos dias despues se preparaba � hacer su deseada espedicion. CAPITULO III. _Del mal temporal que fue causa para que el viage de Do�a Juana se hiciese mas largo, y de la entrevista que tuvo con la querida de Felipe el Hermoso._ [Illustration] El dia 15 de marzo de 1504, se dirigi� Do�a Juana acompa�ada de sus padres para el punto donde se iba � embarcar (Laredo), pero todo parecia venirle en contra, todo parecia revelarse � su voluntad. Un recio y continuo temporal impidi� poder darse � la vela. Esto hacia crecer los tormentos de la princesa, y revestirla mucho mas de indignacion, porque todo parecia combinarse para evitar la reunion con su esposo. Dos meses tuvo que residir en Laredo, que fueron los que dur� la tempestad; dos meses que fueron dos siglos, si se atiende la disposicion en que se hallaba esta se�ora, y que agravaron much�simo sus constantes padecimientos. A mediados de abril logr� hacerse � la vela, llegando en nueve dias felizmente � Vergas, distante tres leguas y media de Brujas. En este punto la estaba esperando su esposo, el cual manifest� un indecible j�bilo al volverla � abrazar; y ella, segun el cari�o que este la pintaba, pareci� completamente olvidada de un resentimiento tan justo. A pesar de darse los dos m�tuas pruebas de amor y contento, abrigaban ambos fatales y mortificadoras pasiones; el archiduque, por el vehemente amor con la camarista; y por los mas rabiosos celos, Do�a Juana. Pero vivian con la esperanza el primero de que jam�s esta se enteraria de sus amores: y la segunda, de vengarse de una mujer que tan grandes sinsabores la habia hecho sufrir. Desde Brujas se trasladaron � Bruselas y en este punto fijaron su residencia por entonces. �Qui�n puede ocultarse lo suficiente de las investigadoras pesquisas de una mujer perspicaz? Esta reflexion debi� hacer Felipe el Hermoso. �Qui�n puede ocultarse tampoco de las escudri�adoras miradas de los dependientes de un palacio, donde es una especie de comercio los chismes y enredos, dando publicidad en su provecho � todos los defectos de sus soberanos? Grande paz pareci� reinar al principio desde la llegada de Do�a Juana; el archiduque hacia por no dar � conocer � nadie lo que ocupaba su imaginacion, disimulando en cuanto podia el amor de su rubia, pero se enga�aba; ni aun sus pasos mas rec�nditos se escapaban � la penetracion de su esposa. Los mismos palaciegos daban parte diario � su se�or de si lo celaba su esposa; y estos mismos palaciegos cercioraban � la archiduquesa detalladamente de cuanto podia contribuir � irritarla mas. Por uno de estos lleg� � saber que una de las cosas que mas habian encantado � su esposo de la camarista, era su hermos�sima poblada y rubia cabellera. Mas no contento aun con esta declaracion, le indic� los sitios y horas donde comunmente se daban las citas. Con la relacion anterior lleg� � agotarse completamente la paciencia de la archiduquesa, porque acab� de conocer, que habia empleado en vano todos los recursos que le proporcionara su acendrado amor, para ver si de esta suerte hacia desaparecer de su marido una pasion que ella jam�s crey� arraigada, porque la creia un capricho. Sus celos, refrenados por algun tiempo, eran desde este dia un violento frenes� que aumentaba sus padecimientos. Alguna que otra vez ya habian mediado varias palabras entre los esposos, pero el archiduque, muy enamorado de su rubia, hacia por disculparse, practic�ndolo con la mayor sangre fria. Estas cosas era imposible durasen asi largo tiempo, porque ni el uno podia satisfacer su amor, ni el otro soportar tantas humillaciones y desv�o, y tampoco porque las pasiones de �nimo no se pueden contener. Una escena terrible, por un descuido de Felipe, tuvo lugar. Le sorprendi� su esposa con la querida... Grande fue el esc�ndalo que circul� por toda la C�rte, y grande fue el trabajo que le cost� contener la furia de su mancillada esposa, porque esta ya no pensaba mas que en la venganza. �Y cosa admirable en esta mujer!... De esta venganza no queria fuese participe su esposo, pues aunque habia llegado � notar el despego y descaro con que solia tratarla, no obstante lo idolatraba de todo corazon. Su furia era espresamente dedicada para su adversaria, para aquella indigna mujer que le habia arrebatado lo que mas adoraba en la tierra. Y gracias que la timidez de abandonar del todo el amor de su marido, la reprimia en parte. Ya era testigo el palacio de Bruselas de los descompasados gritos, repetidas contiendas, y descompuestas palabras de los j�venes pr�ncipes, sin embargo de poner cuanto estaba de su parte por disimular el archiduque, para evitar los esc�ndalos. [Illustration] Los celos habituales de la infanta daban or�gen � que no cesase de acechar el momento de realizar su venganza, mas lleg� por desgracia. Un dia �dia fatal! que pasando su errante mirada por todos los objetos que la circundaban, se encontr� con la camarista, ech� mano de unas bien afiladas tijeras, de que siempre iba armada, se lanz� sobre ella cual el �guila sobre su presa, y antes de que su contraria lo hubiera podido evitar, ya la habia despojado de su dorada cabellera. No satisfecha aun, la llen� de contusiones y ara�azos, y podemos asegurar que si los gritos de la camarista, no hubiesen hecho acudir al lugar de la sangrienta escena � todos los dependientes del palacio, y hasta � su mismo marido, era probable hubiese acabado con la que habia sido causa de sus sufrimientos. Felipe, viendo despojada � su querida del objeto que mas lo entusiasmara, se llen� de indignacion: y fueron tantos los improperios, tantas las palabras ofensivas � insultantes que dirigi� � su esposa, que no se le hubieran dicho iguales � la muger mas despreciable de la sociedad. El haber visto que Felipe la trataba de aquella manera, contribuy� en gran modo � trastornar completamente su juicio. Jam�s podia creer Do�a Juana semejante trato en su esposo. La escandalosa escena que acabamos de pintar, no tard� en llegar � oidos de la reina Isabel, y tuvo tan gran sentimiento, que fue la causa de que se agravase mas su enfermedad. Sin embargo, procur� por todos los medios que estuvieron � su alcance, introducir la paz entre sus hijos, ni si�ndola posible lograrlo por algun tiempo: la archiduquesa tenia una herida que no era f�cil cicatrizar. Por fin, alcanzaron sus s�plicas hacer la reconciliacion. Se unieron los esposos, pero no por esto recobr� Do�a Juana su tranquilidad. Entretanto la salud de Do�a Isabel decaia por instantes. Sus padecimientos eran tan continuos, que ya no se dudaba de su pronta muerte. Uno de los principales personajes de la c�rte, �nica heredera del reino de Castilla � su hija Do�a Juana, y en defecto de esta � D. C�rlos, su nieto; pero advirtiendo que si la primera se hallaba imposibilitada, y C�rlos no tenia veinte a�os, gobernase D. Fernando, hasta que aquel llegara � esta edad. Efectivamente, el dia 26 de noviembre de 1504 falleci� en Medina del Campo la reina Isabel la Cat�lica, y al siguiente dia orden� D. Fernando proclamar por reina de Espa�a � su hija la archiduquesa de Austria. Las C�rtes verificadas en Toro el 11 de enero de 1508, fueron las primeras que juraron � Do�a Juana por reina propietaria de los vastos dominios de Espa�a. No pudieron por entonces los archiduques abandonar � Flandes, tanto por los innumerables asuntos pendientes en �l, como por el avanzado estado de pre�ez de la reina; habiendo nacido � poco tiempo la princesa Do�a Mar�a. Restablecida Do�a Juana de su parto, pusi�ronse en camino; mas un fuerte temporal, los hizo arribar � Inglaterra, en cuyo reino fueron perfectamente recibidos. Pocos dias despues partieron con direccion � Espa�a, llegando el 26 de abril de 1506 � la Coru�a; donde esperaba la mayor parte de la grandeza � recibirlos y rendir un justo homenaje � sus nuevos monarcas. A su paso por Valladolid fueron jurados, y alli disfrutaron de las fiestas que habian prevenido en su obsequio. Parecia estar en esta �poca sumamente aliviada Do�a Juana, no tratando mas que de complacer � su esposo en todo, y dej�ndole gobernar el reino � su gusto. Pero �cu�n poco le dur� esta felicidad! Asi que se concluyeron las C�rtes de Valladolid, determinaron recorrer las principales capitales de Espa�a para darse � conocer, porque asi lo exigian de todas partes. Empezaron su carrera por Burgos; pero �oh desgracia! En una de las tardes que salian � pasear, se acalor� tanto D. Felipe en una partida de pelota, que le sobrevino una pulmon�a, de cuyas resultas fue v�ctima � los seis dias, dejando embarazada � Do�a Juana de seis meses. Falleci� Felipe el Hermoso el dia 29 de setiembre de 1506, cuando contaba apenas veinte y ocho a�os. Tal fue el poderoso influjo que obr� en la imaginacion de la nueva reina la inesperada muerte de su esposo, que muchos dias estaba fuera de s�, y encerrada en el aposento que � ella le parecia mas l�brego y triste. Durante este enagenamiento, se habian hecho los funerales, y por consiguiente el cad�ver del monarca sepultado en la cartuja de Miraflores. En cuanto esto lleg� � su noticia, mand� se lo trajesen en una caja bien dispuesta y embetunada, porque no queria vivir lejos de �l. Asi se practic�, y no permitia que nadie entrase, llev�ndose los dias y las noches contemplando los restos del �dolo de su amor.[*] Ninguna clase de ruegos la hacian desistir de alejarse del cad�ver. En vano eran las amonestaciones del cardenal Cisneros; in�tiles tambien las de las damas y principales personajes, advirti�ndole la necesidad de ocuparse de los negocios del reino. Cerr�se por dentro de la habitacion y mand� hacer una ventanita para que por alli pudiesen mandarla algunos alimentos. [*V�ase el grabado que v� al frente de esta historia.] Muchas veces iban los grandes � hacerla saber la alteracion en que se hallaba Espa�a, y contestaba que si su hijo estaba en disposicion, viniese � gobernarla, y que si no, su padre; que ella tenia otros deberes mas sagrados que cumplir como viuda. Varios de los personajes creian, al oirla hablar con cordura algunas veces, si la querida de su esposo habria usado de algunos maleficios para hacerla padecer tan terriblemente. �Qu� credulidad la de aquella �poca! No trascurri� mucho tiempo sin que � la misma reina Do�a Juana le pareciera insoportable aquella existencia; y poco despues llam� al cardenal Cisneros, haci�ndole saber que no podia vivir por mas tiempo en la capital donde habia muerto su marido; pero el cardenal queria suspender por entonces su determinacion, � causa de hallarse en un estado avanzado de pre�ez; mas como la voluntad de Do�a Juana fue siempre decidida, no se atrevio � oponerse � su mandato. Se traslad� la c�rte � Valladolid, por �rden espresa de la reina. Haciendo jornadas muy cortas sali� de Burgos el 20 de diciembre de 1506, acompa�ada de un crecido n�mero de vasallos con hachas encendidas, muchos frailes franciscanos tambien con luces, el prior de la cartuja y algunos monges que decian misas diarias por el alma del soberano, cuya caja iba en medio de esta f�nebre comitiva, seguida del coche de la desdichada Do�a Juana y de las damas y caballeros de su palacio. De esta manera marcharon hasta llegar � Torquemada, donde la reina no quiso pasar adelante, aloj�ndose en casa de un cl�rigo, y esponiendo que el estado de su salud no la permitia seguir. El 14 de enero de 1507 pari� en este pueblo � la infanta Do�a Catalina. Triste y desconsolador fue este a�o para Espa�a. A consecuencia de una miseria y escasez grandes, se desarroll� una peste que caus� innumerables estragos. �Y se creer� que � pesar de ser el pueblo de Torquemada uno de los mas invadidos por la epidemia, no bastasen los ruegos del cardenal � que continuara la reina su camino? Muchas y muy reiteradas fueron las instancias que � este le cost�, hasta lograr que � fines de abril se volviese � emprender la marcha con el mismo aparato que al principio; pero pronto se cans� de viajar. Al llegar � Hornillos distante dos leguas de Torquemada, quiso fijar su residencia en �l, esponiendo viviria con mas comodidad que en una grande poblacion. De manera que volvi� � encerrarse en este peque�o pueblo con el inanimado cuerpo de su esposo, no cesando de hablarle, ya con cari�o, ya con quejas, ya con reconvenciones, que aumentaban mas su incurable locura. Todo seguia de este modo, hasta que la dieron noticias de la venida de su padre � Espa�a. Esta noticia la recibi� con gran placer, porque al momento manifest� deseos de salir � encontrarse con D. Fernando, en Castilla, advirtierdo que habia de ser en cortas jornadas y con el mismo cortejo f�nebre. In�tilmente se cansaba el regente del reino, arzobispo de Toledo, para hacerla viajar de dia, sin el cuerpo de su esposo; todo era en vano: de suerte que no habia otro recurso que repetir todas las noches el entierro. Asi caminaron hasta entrar en T�rtoles, poblacion donde tuvo su padre el gusto de abrazarla. Pero cu�l fue la sorpresa de D. Fernando al encontrar � su hija mas querida en aquella situacion; aquellos ojos desencajados, aquel rostro cadav�rico, y aquella errante mirada! Cuando se le venia � la memoria lo que habia sido causa de que su hija estuviera en aquel estado, la pena lo ahogaba, y gruesas l�grimas surcaban sus mejillas. Do�a Juana estaba inm�vil: _Llorais, padre de mi corazon?_ le dijo: _vuestra hija no puede ya imitaros. Cuando sorprend� � la querida de mi esposo, se me agotaron las l�grimas. �Considerad cu�l seria mi tristeza!_ Do�a Juana habia llegado al �ltimo grado de locura, estaba enteramente loca; mas sin embargo era la reina propietaria de Espa�a y su nombre y consentimiento eran necesarios para dar algun car�cter � los actos del gobierno. Esta consideracion movi� al rey Cat�lico � entrar en algunas consultas con su hija para el mejor arreglo de los negocios y volver otra vez � gobernar los dominios de Espa�a. Do�a Juana, por su parte, admiti� sin r�plica alguna cuanto le propuso su padre, poniendo solamente una condicion, que la habian de dejar permanecer en la villa de Arcos, �_en completa libertad, sin tener que intervenir en otro negocio, que pasar los dias que la restaban de esta vida, al lado del cuerpo de su esposo._� Mucho trabajaron por hacerla variar de este pensamiento, pero siendo todo in�til se le concedi� el permiso, mandando prepararle una casa en Arcos, digna de la persona que la iba � habitar. Mas de a�o y medio residi� Do�a Juana en la villa de Arcos sin que se hubiese mejorado en nada su locura. Era de ver, segun afirman algunos, las animadas conversaciones que esta infeliz se�ora, tenia con el cad�ver de su esposo; conversaciones que aumentaban mas su delirio, y que en lugar de aliviarla, la agravaban. �_Por qu� no me respondeis, Felipe?_ le decia: _callais!... todavia me sereis infiel!..._� Estas palabras proferia � su marido, y otras que causaria l�stima escucharlas. Desde Santa Mar�a del Campo le escribi� D. Fernando � su hija advirti�ndole de la necesidad que tenia de marcharse � Tordesillas y haci�ndola saber era poblacion mas salubre que la villa de Arcos, y que por consecuencia habia determinado, se pusiese en camino para este punto. Do�a Juana, se encontraba perfectamente, segun la contestaba, en Arcos. De manera que viendo el rey Cat�lico que su hija no accedia � sus s�plicas tom� la determinacion, de ir en busca de ella para ver si con su presencia lograba lo acompa�ase hasta Tordesillas. Asi lo hizo D. Fernando habiendo podido con el influjo que ejercia sobre su hija hacer se marchase � dicho punto, pero viajando con el mismo aparato que en las otras espediciones. Sea el haber mudado de temperamento, sea que el viaje no fue de su agrado, lo cierto es que la reina Do�a Juana estaba mas furiosa cada vez, y tom� mas incremento su ya incurable enfermedad. El anciano Luis Ferrer era el que estaba encargado del cuidado de Do�a Juana, y al cual esta no podia ver; por eso encontraba en ella una oposicion enorme � todo lo que la encargaba hiciera, complaci�ndose en ejecutarlo al contrario. Si la rogaba, por ejemplo, se acostase en su cama, lo hacia en el suelo; si disponia que se trasladase � otra habitacion mas decente y ventilada, cerraba con mas fuerza los cerrojos de la en que estaba. Cuando hacia frio, desechaba las pieles y objetos de abrigo que le proporcionaban, y cuanto mas la suplicaba Luis Ferrer se vistiese y asease, con mas empe�o andaba sucia y mal vestida. Poco tiempo despues se le puso en la cabeza la mania de no comer ni beber; y hubo ocasion de que pasasen tres dias sin tomar nada; hasta que acosada por el hambre, tomaba algo, empe��ndose que los platos donde le mandaban las viandas no saliesen de su habitacion; de suerte que estos objetos sucios con otros, daban un olor insoportable � aquella morada, � imposible por tanto de aguantarlo. Momentos habia en que despues de un gran delirio, gozaba de alguna razon, y se lamentaba de que habian arrancado la corona de sus sienes, y no contentos sus enemigos con un rapto de este g�nero, la habian sepultado en un calabozo tan hediondo y custodiada por un carcelero tan despreciable. Estas palabras llegaron con la velocidad del rel�mpago � oidos del Cat�lico D. Fernando, asi es que al siguiente a�o de 1510, cuando pasaba para las C�rtes de Monzon, hizo por visitarla, y cerciorado de todo lo que ocurria reuni� un consejo de los grandes para deliberar sobre el m�todo que se debia observar en adelante con su hija, porque sabia que la presencia de D. Luis Ferrer la martirizaba; del consejo sali�, que despues de haberla provisto de todo lo necesario de aseo, ropas y alimentos, se eligiesen doce se�oras para que cuidasen continuamente de ella, y cada una se quedara una noche en vela para obligarla � vestirse, desnudarse y mudarse de camisa, aun en contra de su voluntad. Veinte dias estuvo el rey Cat�lico acompa�ando � Do�a Juana, en los cuales estuvo menos mal; pero despues que se la obligaba � ejecutar lo pactado por su padre, se apoderaba de ella una furia tan grande, que nadie podia permanecer � su lado. Mas previsor el cardenal Cisneros que los grandes de que se habia compuesto el consejo, crey� oportuno jubilar � D. Luis Ferrer, porque opinaba que tal vez nombrando � otro lo pasaria mejor Do�a Juana; asi lo hizo sustituy�ndolo con Don Fernando Ducos de Estrada. Este caballero fue tal la habilidad que mostr� en el desempe�o de su encargo, que � poco tiempo logr� que comiese y bebiese, que durmiera en su lecho, que se aseara y vistiera, y hasta que mudara de habitacion, porque ya la suya no era mas que un f�tido muladar. Se lleg� � fortalecer su f�sico, porque con su habitual finura y modales, logr� este caballero el que fuese � misa y que asistiese � varios actos religiosos. Ya sus accesos de locura eran menos constantes, asi es que determinaron apartar de su vista el f�retro de su esposo, siendo conducido algunos dias despues � Granada, y aunque fue grande su exasperacion cuando lo ech� de ver, pudo al fin D. Fernando Ducos de Estrada tranquilizarla. Pero no se crea que por este lleg� � ponerse buena del todo; jam�s esta infeliz reina lleg� � recobrar su perdida calma. Sin embargo, el Cat�lico rey le escribi� � Estrada, d�ndole las mas afectuosas y repetidas gracias por el servicio que habia hecho � su hija. En esta �poca no habia ya una sola persona que no estuviese enterada de la enfermedad de la reina Do�a Juana; pero no obstante, conservaban alguna esperanza de alivio, hija mas bien del deseo de sus s�bditos, que de la posibilidad. En las C�rtes que se celebraron en Valladolid por enero de 1518, se decret� que si en algun tiempo la reina Do�a Juana se hallaba en disposicion de mandar los vastos dominios de Espa�a, cesase de su gobernacion el Cat�lico rey D. Fernando; y que Do�a Juana fuese la soberana absoluta. CAPITULO IV. _De las disensiones que habia en Espa�a, y muerte de Do�a Juana._ [Illustration] Eran muchas las disensiones que habia en Espa�a con varios partidos que empezaron � formarse unos � favor de Do�a Juana, otros al de su hijo D. C�rlos, otros al de su padre, y algunos otros que deseaban viniese � gobernar el emperador Maximiliano I, su suegro, asi es que ya en 1520 peleaba la Espa�a por su libertad agonizante. Los partidarios de C�rlos V levantaron en Castilla el pendon de la independencia, y los gefes de unos y otros partidos para dar valor � sus determinaciones acudian � Do�a Juana. El cardenal Cisneros, entonces regente y gobernador del reino, fue el primero que determin� apelar � la reina para ver si se podia salir de las apuradas circunstancias en que los partidos habian colocado � las provincias y particularmente � Valladolid. Cuantos iban � tratar sobre asuntos tan delicados con la reina, salian sumamente descontentos por no obtener nunca una contestacion digna de aplacar los �nimos de los revolucionarios. Pero el grande talento del cardenal gobernador y de todos los que componian su real consejo, logr�, aunque � costa de un incansable trabajo, aplacar las turbulencias; y poco despues, cuando falleci� el rey D. Fernando el Cat�lico, empez� � gobernar la Espa�a el emperador C�rlos V, por no hallarse con la capacidad suficiente para ello, su madre Do�a Juana. Ya la ocupaba � esta se�ora otro pensamiento que habia venido � acibarar mas su miserable vida. El marqu�s de Denia le trajo la noticia de haber fallecido su padre; noticia que la puso rematada del todo; invocando sin cesar los nombres de su esposo y de su padre, con tan fuertes y descompasados gritos, que habia ocasiones en que todos temian por su vida. Ninguna dama ni caballero, se atrevian ya � permanecer solos � su lado. Sus ensangrentados ojos, su descarnada cara, su descompuesto cabello, todo inspiraba horror. En este triste estado pas� el resto de su vida la infeliz reina en el palacio de Tordesillas, donde estuvo cuarenta y seis a�os luchando con lo que todos conocen, y no existiendo otra cosa en su imaginacion que la memoria de su adorado padre y los celos de su idolatrado esposo. Despues de conocidos los lechos que se han acabado de referir, lo restante de su vida, que � pesar de los largos y terribles sufrimientos, fue largu�sima, no ofreci� novedad, digna de mencionarse. La reina de Espa�a, Do�a Juana, alarg� sus dias hasta los setenta y tres a�os, sin que su incurable mal hubiera podido hallar un correctivo, pero en los �ltimos meses se agrav� estraordinariamente. Nunca tuvo dolencia de otro g�nero, de manera que � haber vivido Felipe el Hermoso mucho tiempo, hubiera tenido que espiar su mal proceder para con esta reina, acreedora de mejores miramientos. A principios del a�o 1555 empez� � enfermar de bastante consideracion; llegando hasta el punto de no querer tomar ninguna medicina. Cuando la obligaban arrojaba al suelo � � la cara de quien se la hacia tomar. Tres meses pas� esta se�ora en la agon�a, no habiendo ya, una persona que quisiera permanecer en su compa��a. Todos estaban fatigados, aburridos, de sufrirla. Gritos desaforados y lastimeras voces eran los que se oian en palacio; y todo cuanto se hacia para tranquilizarla era nulo, en lugar de aliviarla, escitaban mas y mas su furor. El marqu�s de Denia, que era uno de los que continuamente estaban � su lado le escribi� al rey, su hijo, advirti�ndole de esto mismo, � lo que contestaba C�rlos V: �_Sufrid con resignacion las impertinencias de mi pobre madre, que el Cielo os recompensar�._� Lo mismo les contestaban las demas personas reales. Dios quiso por fin recogerla bajo su amparo, pero se asegura muy de positivo que poco antes de morir recobr� perfectamente su entendimiento; y cual el que despierta azorado por los m�gicos efectos de una terrible pesadilla, y queda despu�s inm�vil y sumergido en un grande abatimiento, asi qued� esta soberana... tranquila. Por lo que dedic� su pensamiento � orar fervorosamente, y � la disposicion de su alma, � lo cual le ayud� con su inimitable celo San Francisco de Borja, duque de Gand�a, que di� la casualidad de hallarse presente � tan terrible acto. El dia 11 de abril de 1555 y en su misma noche, que era la del jueves Santo, finaliz� su larga y penosa existencia, siendo sus �ltimas palabras: �_Jesucristo, acogedme en vuestro seno._� Asi termin� esta soberana espa�ola, poseida de una pasi�n aunque l�cita, exagerada. Se vuelve � repetir, que si el archiduque hubiera existido, habria espiado terriblemente su cr�men solo con ver el incomparable da�o que habia causado � una reina que no tuvo otro delito que adorarlo con ciega idolatr�a. �Ejemplo terrible, para despues de conocido procurar refrenar las exageradas pasiones, que no traen otro resultado que males sin cuento, como se podr� conocer por el retrato que se ha trazado de la reina de Espa�a, DO�A JUANA LA LOCA. [Illustration: FIN] End of the Project Gutenberg EBook of Historia de la c�lebre Reina de Espa�a Do�a Juana, llamada vulgarmente, La Loca, by Anonymous *** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK HISTORIA DE LA C�LEBRE REINA *** ***** This file should be named 20099-8.txt or 20099-8.zip ***** This and all associated files of various formats will be found in: https://www.gutenberg.org/2/0/0/9/20099/ Produced by Chuck Greif and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net Updated editions will replace the previous one--the old editions will be renamed. Creating the works from public domain print editions means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. 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It exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from people in all walks of life. Volunteers and financial support to provide volunteers with the assistance they need, is critical to reaching Project Gutenberg-tm's goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will remain freely available for generations to come. In 2001, the Project Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 and the Foundation web page at https://www.pglaf.org. Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit 501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at https://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by U.S. federal laws and your state's laws. The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered throughout numerous locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact information can be found at the Foundation's web site and official page at https://pglaf.org For additional contact information: Dr. Gregory B. Newby Chief Executive and Director gbnewby@pglaf.org Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide spread public support and donations to carry out its mission of increasing the number of public domain and licensed works that can be freely distributed in machine readable form accessible by the widest array of equipment including outdated equipment. Many small donations ($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt status with the IRS. The Foundation is committed to complying with the laws regulating charities and charitable donations in all 50 states of the United States. Compliance requirements are not uniform and it takes a considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up with these requirements. We do not solicit donations in locations where we have not received written confirmation of compliance. 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Hart was the originator of the Project Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be freely shared with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper edition. Most people start at our Web site which has the main PG search facility: https://www.gutenberg.org This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, including how to make donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.